En las ciudades, forradas en cemento y adoquín, parece a veces difícil recordar que somos parte de la naturaleza. Las calles rectas, los grandes edificios, el ruido de motores y el compás de los relojes se convierten en el hábitat de una sociedad empecinada en encerrarse a si misma en jaulas para protegerse de un mundo del que forma parte. Y, sin embargo, en el momento menos pensado, un pájaro pasa volando, y su vuelo nos despega de la dura realidad, de los pensamientos concretos, del orden y las vías ya trazadas, y sin darnos cuenta nos vamos por las ramas.
Esta ilustración, liviana como las aves, es un agradecimiento a la función soñadora de los pájaros, que nos eleva y nos permite mirar las cosas desde otras perspectivas, y hacen de un simple paseo una revelación.