En los momentos de calma parecemos una plácida laguna en la que se reflejan, sin distorsión, las nubes que pasan lentamente. Pero nuestras aguas son profundas, y habitan en nosotros océanos, que a veces, sin explicación aparente, se agitan en un vaivén descontrolado de fuerzas invisibles. Crecen las olas y chocan entre ellas, y en el caótico pogo se dejan ver las bestias acuáticas que reclaman su existencia. Hay todo un mundo insondable que desconocemos, y que exige, aunque sea de vez en cuando, que se desate la tormenta, y que de las profundidades salgan esos seres que casi siempre se esconden bajo la superficie.
No podemos entender la biodiversidad sin entender la diversidad que nos habita, y sin embargo nos pasamos la vida intentando verter nuestra inmensidad en peceras, como si no supiéramos, muy en el fondo, que hay partes nuestras descomunales y magníficas, terroríficas y bestiales, capaces de inundarnos y desbordar nuestra existencia.